Siguiendo el camino internacional hacia el oeste se llega al paraje conocido como Puente del Inca. Esta denominación se debe a que toda la zona fue región muy conocida por los incas, quienes ya utilizaban los beneficios de las aguas termales del lugar.
En el siglo XVIII fue destino obligado para todos los que se animaban a recorrer y cruzar la cordillera de los Andes. El virrey había mandado construir una de las tantas “Casuchas del Rey” que servían de refugio a los correos que debían sortear este inhóspito paisaje.
La región es bordeada por el río de las Cuevas (que hacia el este se transforma en río Mendoza). Su caudal toma según el momento del año una coloración amarillenta intensa, debido al azufre que le aportan las aguas termales que aparecen en toda esta región.
En la década del 40 se construyó un magnífico hotel que contaba con baños termales incluidos en cada habitación.
Sin embargo un alud en 1965 destruyó casi completamente el lugar, los empleados y algunos huéspedes se refugiaron en la pequeña capilla, que se salvó casi milagrosamente. Hoy puede visitarse el lugar y ver aún algunos de los piletones que presentan aguas sulfuradas, que son de gran utilidad para tratamientos de artritis, artrosis y numerosas enfermedades.
En el lugar se levanta un puente que cruza el río y que tiene ese característico color amarillento, cuenta la historia que un jefe inca tenía muy enfermo a su primogénito y decidió llevarlo hasta estas termas que ya eran famosas; entonces al acceder se dieron cuenta que debían cruzar el río y no pudiendo hacerlo por lo correntoso los soldados que lo acompañaban decidieron hacer una verdadera muralla humana hasta que el jefe pudo trasponerlo.
Dice la leyenda que al darse vuelta todo su ejército se había petrificado, aún hoy los lugareños introducen todo tipo de objetos en los piletones y transcurrido un tiempo son totalmente petrificados.